PRISIONEROS DE LA PAZ

Son cada día menos numerosos, son cada día más pobres y más amenazados. Así viven los serbios en la provincia bajo protectorado de la ONU donde el conflicto con los albaneses no ha terminado y donde, después de Milošević, regresa de nuevo la pesadilla de la limpieza étnica, esta vez en dirección contraria.

Miljana tiene once años. A menudo está sola en las clases porque su amiga no puede llegar hasta el autobus escolar que escolta la policía. No hay otra forma de llegar hasta el colegio serbio en Obilić, pequeño enclave a pocos kilómetros de Priština. Hasta el 1999 el número de alumnos que hablaban serbio era más de 900 pero hoy quedan solo 45. Casi todas las ventanas están protegidas por rejas de hierro. Los albaneses que ahora viven en esta parte de la ciudad, antes habitada mayoritariamente por serbios, rompieron algunas lunas. Se calcula que desde el final de la guerra y sólo en este municipio han sido asesinados 29 serbios. Un varón de 53 años y sus padres octogenarios (FAMILIJA STOLIC) fueron los últimos que sufrieron una agresión el 3 de junio del año pasado. Fueron agredidos, acuchillados, desfigurados y quemados en su propia casa. Kosovo y Metohia en 2004: la provincia donde la ONU jugó la carta de auténtica multietnicidad y que se ha convertido en protectorado de la ONU bajo la dirección de la administración de las Naciones Unidas (UNMIK) con 7000 funcionarios internacionales. Mientras tanto, la seguridad corre bajo control de las fuerzas de paz que cuentan con 50000 soldados de la KFOR.

Oficialmente Kosovo y Metohia sigue siendo una provincia de Serbia aunque los albaneses reclaman su independencia. Las Naciones Unidas preparan su retirada a pesar de que el éxito no está asegurado. Es cierto, no hay más asesinatos en masa, fosas comunes, pueblos destruidos y quemados. Pero una comunidad sigue siendo discriminada, vive con miedo, sin empleo ni libertad de movimiento. Únicamente han cambiado los papeles en el pulso entre los albaneses y serbios. Esta vez delante de los ojos de la comunidad internacional.

Los albaneses y los serbios están divididos en todo, no solamente en lengua y religión. Hoy se diferencian por las matrículas de sus coches y la moneda. Los albaneses abrazaron con euforia el poder de la UNMIK, bautizaron los bulevares con el nombre de Bill Clinton, aceptaron el euro y cambiaron las matrículas de sus vehículos. Los no-albaneses siguen utilizando los documentos y matrículas de Serbia y la moneda de Belgrado. Muchos de ellos viven con ingresos de 80 euros que el gobierno de Serbia paga a las cabezas de familias para que no abandonen la provincia.

Cuando Slobodan Milošević inició la campaña de discriminación de los albaneses en Kosovo y Metohia, allí vivían unos 300 mil serbios. Ocupaban los puestos importantes en administracón, en los colegios, hospitales y fábricas. Después de la caida del régimen bajo las bombas de la OTAN, los serbios huyeron para escapar de la venganza del ELK. Antes de que las tropas de la OTAN hayan tomado el control, a la violencia de los paramilitares serbios los albaneses contestaron de la misma manera: con venganza, destruyendo, profanando los cementerios ortodoxos, quemando las casas. Hoy en día, los serbios en Kosovo y Metohia han sido reducidos a una tercera parte, muchas de sus casas han sido destruidas u ocupadas por los albaneses (en los casos de compra siempre se ha tratado de precios insignificantes).

Ivan es ingeniero de electrotécnica y vive en Obilić. Durante 11 años trabajó para una de las dos centrales térmicas que suministraban la energía eléctrica para buena parte de la ex Yugoslavia. Para él ya no hay trabajo con los albaneses. Ivan suplementa sus ingresos de Belgrado trabajando de traductor para los carabignieri pero plantea mudarse esta primavera a Serbia. Allí le esperan su mujer y su hijo que acaba de nacer allí, ya que en Priština no existe la maternidad para los niños serbios. Cuando Ivan se marche los albaneses se quedarán con su casa. En esta parte de Obilić, delante de los ojos de la UNMIK se está consumando la última parte de la nueva limpieza étnica.

TODO MENOS RETORNO:

ONU tienen planeado el retorno de todos los expulsados de esta última guerra balcánica. En cinco pueblos del valle de Osojane vivían más de 2000 serbios. Hoy no superan los 300. Por motivos de seguridad viven en solo dos pueblos mientras 136 espera en los contenedores la reconstrucción de sus casas. “Los jóvenes prefieren quedarse en Serbia o emigrar a Europa” dice Sonja Vučović, una jóven mćstra “porque aquí no tienen futuro. Apenas el 10% de la población serbia tiene un empleo, es muy peligroso trabajar en el campo, no existe la libertad de movimiento ni la posibilidad de vender los productos agrícolas”.

En Suvi Lukavac, cerca de Istok, recientemente han sido reconstruidas 21 casas para otras tantas familias serbias y gitanas que regresaron bajo la protección de las tropas españolas de KFOR. Pero el proceso de regreso a sus pueblos no es tan simple. Desde lo que se llama “go and see visit” (primera visita de las cabezas de la familia de los pueblos abandonados) hasta el retorno a las casas acondicionadas pasa hasta dos años. También, es obligatorio demostrar la propiedad de la tierra donde se encuentran los restos de las destruidas y saqueadas casas.

A esta lentitud burocrática la acompaña el nunca vencido odio interétnico. Durante el año 2002 en Kosovo y Metohia se produjeron 136 asesinatos. Entre las víctimas había 30 serbios, (22%) aunque los serbios no son más que 10% de la población. En agosto de 2003 ocurrió el último episodio, con las ráfagas de un kalasnikov fue atacado un grupo de niños serbios que jugaban al lado del río en el pueblo de Goraždevac. Dos de ellos fueron asesinados y otros cuatro heridos. Esto sucedió sólo algunos días antes del retorno previsto de unos 200 serbios. Las autoridades internacionales se vieron obligadas a suspender este regreso. No fue esto el único retroceso de la UNMIK. El 10 de diciembre del año pasado 26 serbios de Klina, escoltados por la KFOR, regresaron a su pueblo a primeras horas de la mañana para ocupar una casa grande que no tenía tejado, para intentar posteriormente, reconstruir sus casas. Cuando se extendió la noticia, un centenar de albaneses se congregó en frente de la casa, armados con barras de hierro. Rechazaron cualquier retorno antes de obtener alguna respuesta sobre la suerte que corrieron sus familiares desaparecidos en la época de Milošević. Todo terminó con el nuevo abandono (escoltados por KFOR) por parte de los serbios de la ciudad en la que antes vivían. Ha sido una gran derrota de la ONU.

“La mal llamada paz de la OTAN en Kosovo i Metohia únicamente significa que la guerra está bajo control” dice en su libro “Kosovo perdido” la periodista italinana Marilina Veca. “Cuando se marche la KFOR, el conflicto estallará de nuevo” se oye entre los miembros de ambas comunidades. Parece que la comunidad internacional está perdiendo el tiempo posponiendo una decisión política que todos esperan: si Kosovo y Metohia será independiente o si Serbia mantendrá al menos el norte de la insegura y dividida ciudad de Mitrovica.

“Mitrosalén”, la Jerusalén balcánica, como la bautizaron los observadores internacionales, es el lugar donde dos puentes son el único lazo que une a las dos comunidades. Aquí apenas hay otros contactos. La intermediación internacional no dio resultado alguno ni tampoco el gran mercado multiétnico, inaugurado el 12 de abril de 2002 en la mitad de uno de los puentes, llamado Cambronne. A la semana los puestos ya estaban vacíos y no apareció nadie para vender sus productos. Muchos consideran que es el gobierno belgradense el que obstruye la convivencia de las dos partes aunque existen también los grupos extremistas del disuelto ELK como por ejemplo las “Águilas negras” (actualmente reorientados al crimen organizado) que atemorizan y amenazan tanto a los serbios como a los albaneses etiquetados de traidores. Los signos positivos son escasos y contradictorios. El Servicio policial de Kosovo (Kosovo police service, una nueva policía multiétnica promovida por la ONU) tomó el control sobre los puentes en Mitrovica. Las fuentes de inteligencia, sin embargo, advierten que en los lugares menos transitados en la provincia existe represión a la hora del control de los vehículos serbios. En Mitrovica, en la parte norte de la ciudad se levantan tres torres, altos edificios de hormigón donde las familias de diferentes grupos étnicos conviven en paz. Sin embargo, en Pristina los serbios viven en un solo edificio, el mismo que ocupan los empleados extranjeros de la ONU.

La tensión se nota constantemente en el aire. Por ejemplo el sábado, día de mercado en Lipljan, cuando los serbios vienen a comprar escoltados por soldados finlandeses o el domingo cuando en el autobús de la UNMIK, protegidos por el ejército y policía, los serbios de la zona norte de Mitrovica van a la iglesia de San Sava en la parte sur, parte albanesa de la ciudad. La iglesia está rodeada por un alambre de espino bajo continua vigilancia de 15 soldados griegos. Un tanque está aparcado al lado de la misma iglesia.

Por su fe ortodoxa, los serbios no quieren renunciar a Metohia (de la palabra griega “metoh”- propiedad de la iglesia-N. de Semanario Serbio). Así se llama la parte oeste de la provincia, cuna de la iglesia serbia desde el año 1200 cuando por primera vez fue coronado un arzobispo ortodoxo serbio. A la ciudad de Peć podemos compararla con el Vaticano. Allí se encuentra el monasterio monumental donde actualmente, como prisioneros, viven un cura, 24 monjas y seis civiles. Para recibir alguna visita o para hacer la compra tienen que solicitar la escolta de las tropas italianas de la KFOR. Lo mismo ocurre con los 30 monjes de monasterio Dečani.

El padre Andrej nos dice: “No somos un monasterio de clausura pero estamos acostumbrados a la vida monacal. Las familias serbias, al contrario, viven aislados en sus casas. Esperan nuestra visita y que les llevemos la comida y los Santos Sacramentos. Igual que los enfermos graves sobreviven gracias a unos aparatos, nosotros sobrevivimos gracias a la KFOR”.

Aquí no se trata de la obsesión de acoso. Desde el fin de los bombardeos de la OTAN, en Kosovo y Metohia, una provincia del tamaño de l’Abruzzo , fueron destruidas 116 iglesias aunque el mandato de la ONU es “garantizar la paz, la legalidad, promover el respeto de los derechos humanos y facilitar el retorno seguro de los expulsados”. Sin embargo, el presidente del gobierno (albanés-N. de Semanario serbio) de Kosovo, Bajram Rexhepi, el día 22 de enero se vio obligado a declarar delante de sus paisanos: “Yo no apoyo el modelo de multietnicidad. Pero, si no nos queremos, a lo que nadie nos obliga, exijo que al menos respetemos unos a otros y que evitemos los ataques”.

Desde luego, esto no se puede llamar paz.